Día de históricos y tremolación sin insultos. Procesión sin la Municipal y con la desgana de siempre. Actos de unos y de otros. Sólo se salva la honrosa maravilla que son las hebillas de los zapatos de los maceros del Ayuntamiento. En abril hablábamos de las hebillas de los zapatos del pertiguero de la Soledad (para el desmemoriado y el neófito basta con pinchar aquí) y en diciembre lo hacemos de las de los zapatos de los maceros del Ayuntamiento. Con las hojas del calendario se van cayendo las alegrías tiernas.
Ellos se llevan la libertad trasnochada y pisotean la apatía. Vienen cada año, en cada acto, a ser lo que se nos olvida. Rojos como los días grandes de los calendarios. Fingen que no saben de qué va esto de conmemorar las libertades nuestras de cada día. La democracia no sabe qué es ser la huella porque es el zapato pero las hebillas de los zapatos de los maceros del Ayuntamiento saben lo que son las presencias y las ausencias, las carencias. Saben que la arena está fría y que, por las noches, come espigones. Por eso ven tremolar la tela hecha jirones desde abajo, resistiendo -inadvertidos- los sentimientos a los que adornan.
Se saben protagonistas de la lluvia como las gotas. Preciosos en mañanas de sol como la de hoy. Quizá también en tardes de humo y escala de grises. Pero rojos siempre, rojos. Estas hebillas de los zapatos de los maceros del Ayuntamiento aportan el agradecimiento a la rutina, la calidez a la frialdad del protocolo olvidado. ¿Cómo pasarán las noches de antes estas hebillas? Su sueño es desandar las tradiciones perpetuándolas, grabándolas a fuego en la grandeza de sus pequeños detalles. La presencia que mantiene viva la llama, la gota que no rebosa.
Mientras alguien se preocupe de que las hebillas de los maceros del Ayuntamiento sigan al edil más joven, podrá ser festivo o no el día, podrá venir o quedarse en Viator el piquete, podrá descuidarse la apariencia de esta mañana rancia pero cada vez que pase el Pendón y mire al suelo y vea su roja presencia como de día grande al final de la semana en el calendario, tendré la certeza de que, un año más, la llama sigue viva. Aunque algunos, después de su acampada política, levanten el campamento y apaguen la hoguera que los calentó a la noche meando encima.
Ellos se llevan la libertad trasnochada y pisotean la apatía. Vienen cada año, en cada acto, a ser lo que se nos olvida. Rojos como los días grandes de los calendarios. Fingen que no saben de qué va esto de conmemorar las libertades nuestras de cada día. La democracia no sabe qué es ser la huella porque es el zapato pero las hebillas de los zapatos de los maceros del Ayuntamiento saben lo que son las presencias y las ausencias, las carencias. Saben que la arena está fría y que, por las noches, come espigones. Por eso ven tremolar la tela hecha jirones desde abajo, resistiendo -inadvertidos- los sentimientos a los que adornan.
Se saben protagonistas de la lluvia como las gotas. Preciosos en mañanas de sol como la de hoy. Quizá también en tardes de humo y escala de grises. Pero rojos siempre, rojos. Estas hebillas de los zapatos de los maceros del Ayuntamiento aportan el agradecimiento a la rutina, la calidez a la frialdad del protocolo olvidado. ¿Cómo pasarán las noches de antes estas hebillas? Su sueño es desandar las tradiciones perpetuándolas, grabándolas a fuego en la grandeza de sus pequeños detalles. La presencia que mantiene viva la llama, la gota que no rebosa.
Mientras alguien se preocupe de que las hebillas de los maceros del Ayuntamiento sigan al edil más joven, podrá ser festivo o no el día, podrá venir o quedarse en Viator el piquete, podrá descuidarse la apariencia de esta mañana rancia pero cada vez que pase el Pendón y mire al suelo y vea su roja presencia como de día grande al final de la semana en el calendario, tendré la certeza de que, un año más, la llama sigue viva. Aunque algunos, después de su acampada política, levanten el campamento y apaguen la hoguera que los calentó a la noche meando encima.